lunes, 13 de junio de 2011

Pensamiento seco


Estábamos ahí. No sé qué pretendía con esos gestos de que sabía lo que yo pensaba. Quizás ni había percatádose  de que yo leía sus gestos como un “sé lo que piensas”. Luego de mirarlo fijamente por unos 6 segundos, cosa que nunca había hecho, resolví la situación: él no sabía, ni nunca sabría, lo que yo pensaba en esos momentos. Yo pensaba en todo; en ese todo poco productivo que en nada aporta a la sociedad, en ese nada tan lleno que no cabe ni un poco más de intelecto, sin sobrepasar nuestras capacidades. Pensaba en él, en mí, en  todos y todo. Un pensamiento tan agotador y a la vez tan poco concreto que me secó la garganta. Me vi en la necesidad de pararme de ese parque maldito que me hacía reflexionar tanto, me vi en la necesidad de volver al trabajo para no tener tiempo ya para reflexionar. Me paré entonces, y en eso, por los principios de gravedad de no recuerdo quién, el chocolate que había dejado en mis jeans se cayó al suelo. De inmediato el perro, que ya no me miraba por el poco interés que yo había mostrado por él, se lo engulló, lo que infundió en mí una rabia profunda,  que sumada a mi sed y a la impotencia que ese pensamiento maldito había suscitado en mí, me hizo darle un puntapié a ese pobre perro que en nada tenía la culpa. Luego de que hubo huido ese quiltreque, caí en la cuenta de que estaba diseñado para eso, de que no podría haber hecho otra cosa que coger mi chocolate, de que no pensó en que luego tendría que volver a gastar dinero en comprar otro. Cuánto lo envidié en ese momento: jamás tendría ese desolador y seco pensamiento, jamás sentiría esa sed agotadora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario