lunes, 13 de junio de 2011

Sana Envidia



-Ahí no hay más que basura Facundo.- Le dije haciendo un último intento desanimado.
-Me llamo Marcelo ¿Entiendes bastardo? Y la basura es relativa, ¿no  ves que estás parado sobre basura? Este mundo no es más que basura, lo que llena tus bolsillos es basura. Ahora bien, no sabes los tesoros que puedo encontrar aquí dentro, ni yo. No quiero ir a tu casa, ya sé lo que hay, ¡Y vaya que hay basura! Ahora vete bastardo.
La demencia lo había hecho olvidar hasta su nombre… había hecho nacer en mi hermano una agresividad que claramente no correspondía al Facundo callado e inteligentísimo que era unos años atrás.
Me di la vuelta y lo dejé en ese gran bote de basura que era ahora su hogar. Me fui a mi casa, llegué y saludé a mis hijos. No eran basura en lo absoluto. Tengo una familia feliz como la que cualquiera se querría, vivo en una casa celeste en la esquina. Tengo unos cuantos problemas como cualquier mortal, pero los dejo colgados en mi perchero antes de ir con mi familia. Me di cuenta de lo perversa de mi mente cuando estaba casi quedándome dormido; en el fondo me gustaba como estaban las cosas… Todos creían que Facundo sería el médico y el que tendría una buena familia. Y ahí estaba él, loco quizás por qué, probablemente por la frustración de que yo era mejor que él. Y aquí estaba yo, el buen hermano que una vez más había intentado sacarlo de su lamentable situación, aquí estaba el buen médico y la linda familia.
Cuando me desperté ya no había nadie en casa, como siempre se habían ido al colegio. Iba yo saliendo al trabajo y cuando fui a buscar mis problemas al perchero no estaban. Simplemente no podía salir sin mis problemas, eso si que era un problema, los problemas son problemas y bueno todos saben que los problemas son parte de nuestra vida, no tener problemas era el mayor problema… Nadie puede vivir sin problemas en esta vida… Cuando pensé esto un escalofríos recorrió mi espina dorsal y la frase de un libro que había leído unos 15 años atrás me vino a la mente (es que mi memoria se mantenía sin deterioro) “la reiteración de palabras o ideas en los pensamientos o en las palabras es otro síntoma de este tipo de demencia”… No… no podía ser, yo ya me había recuperado de mi crisis, yo había salido adelante y ya no estaba loco. Tenía que ahuyentar ese pensamiento a costa de lo que fuese. No encontraba mis problemas pero da igual, tenía que ir a tomar aire antes de que la demencia volviera a mí, entonces iba a abrir la puerta pero no la encontraba ya y un extraño hedor recorría la pieza, que era cada vez más pequeña y ya no sabía que hacer, sentía esa demencia nuevamente, no podía permitirlo… ¿Qué era ese hedor? ¿Por qué no encontraba la puerta? No podía creerlo, estaba en un tacho de basura, era el mismo en que había ido a dejar a Facundo ayer. ¿Qué mal sueño era éste? ¿Puede acaso alguien colgar sus problemas en un perchero? ¡Claro que no! Los problemas se dejan en la nevera, o si no se pudren y los problemas no se pueden comprar. Las frases de ese libro de demencias que había leído 568 veces, porque las había contado, se entrecruzaban en mi cabeza y todas cuadraban con lo que yo sentía en esos momentos. De pronto todo se aclaró. Sí… yo era Marcelo, ¿Por qué mi hermano me había dicho que era él quien se llamaba así? Qué estúpido soy, nunca me dijo eso. Fui yo quien se lo dijo a él, ¿Lo ven? Lo recuerdo todo, no estoy loco en lo absoluto. Yo me llamo Marcelo, tengo una familia que cualquiera se desea,  y una casa genial, algunos lo llaman basurero porque dicen que en él hay basura, pero ¡vamos! Todos saben que la basura es relativa. Y en eso volvió a repetirse el episodio una vez más, llegó mi hermano, un pobre loco, que decía tener una familia maravillosa. Llegó con mis padres y unos idiotas disfrazados con unos delantales blancos y abrieron mi casa como si fuera la suya: pobres loco, ya desearían tener una casa como la mía, por eso es que siempre me vienen a sacar de aquí, todos me envidian. Entonces mi madre, otra loca, lloraba, y mi padre la abrazaba y mi loco hermano los consolaba a los dos, ahora se había disfrazado también y eso me hizo recordar que yo también ocupaba ese disfraz a veces. Vaya que era idiota, me disfrazaba todos los días con un delantal blanco, pero había superado esa locura, ahora era normal. Mi hermano me cogió y me dijo ¿Qué tal Facundo? Qué loco estaba, casi me daba pena el pobre, yo siempre había sido Marcelo. Los idiotas disfrazados de blanco me sacaron de mi casa y me pusieron una inyección. Pasaron unos minutos en que pude contemplar un poco más su locura: Mi hermano, siendo que nunca se había llevado bien con ellos, abrazaba a mis 5 hijos, porque eran míos, no vayas tú a pensar que eran suyos, lo que pasa es que bueno hace tiempo que yo no estaba con ellos… pero ¡eran mis hijos! Y abrazaba también a mi esposa, que era muy mía también, porque fui yo, Marcelo, quien estudió medicina y se casó y tuvo hijos, no vayas tú a pensar que era él, ese pobre loco. Y fue él, el pobre Facundo, quien quiso ser siempre como yo y por eso estudió medicina y se volvió tan loquito como se veía ahora. Mis padres lo abrazaban y le agradecían lo buen hermano que era al ayudarme. Parece que el pobre Facu les había contagiado la locura. Bueno, algún día yo los curaría a todos porque para eso había leído yo 568 veces aquel libro. Luego me dormí y me desperté en un lugar blanco, era tan blanco, era bonito, era tan bonito. Pero me aburría ese color y ahora eran más los idiotas y las idiotas de blanco que me miraban como examinándome. Algún día los curaría a todos ellos también. Luego mis padres dijeron ¡Adiós Facundo, volveremos a verte en unos días! Yo le pregunté a mi padre, olvidando que el loco obviamente no podría responder bien mi pregunta, ¿Por qué se quedará Facundo acá? Yo soy un buen hermano y doctor, tengo una familia que cualquiera se desea y una casa celeste, puedo llevarlo con migo. Entonces mi padre fue ahora quien lloró y abrazó a mi madre, ambos se marcharon. Me dejaron sólo en aquel lugar blanco y apenas podía mover mis manos, estaban como amarradas. Luego, como soy yo tan inteligente, me percaté con un poco de risa de que estos pobres locos me habían puesto una camisa, pero al revés. Eso si que era gracioso…

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